domingo, 16 de junio de 2013

Colecta del Día: Cuarto Domingo después de Pentecostés




Introito
El Señor es mi luz y mi salvación: ¿ a quién he de temer? el Señor es el defensor de mi vida: ¿ quién me hará temblar? esos mismos enemigos míos que me combaten, han flaqueado y sucumbido. Aunque se enfrenten ejércitos contra mí,no temerá mi corazón. Gloria al Padre.

                                               Colecta del día
D a nobis, quæsumus, Dómine: ut et mundi cursus Pacifice nobis tuo Ordine dirigátur; et Ecclésia tua Tranquilla devotióne lætétur. Per Dominum ...


SUPLICÁMOSTE,oh Señor nos concedas la gracia de ver pacificamentedirigida por tu providencia la marcha del mundo, y que tu Iglesia goce también de paz en el ejercicio del culto. Por Jesucristo Nuestro Señor.

                                     Epístola

Lección de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Romanos( VIII, 18-23 )
 Por el pecado, no solo el hombre sino toda la creación quedó sujeta a servidumbre y como estado de adyección; pero, por la redención de Jesucristo, toda ella ha como adquirido un cierto derecho a la adopción de hijos de Dios y ha sido elevada a la dignidad de causa instrumental para la santificación del hombre, si é4ste sabe usar de ella con discreción.

  Hermanos: estoy por cierto persuadido que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse.
  Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios.
  Porque la creación fue sujetada a vanidad,  no por su propia voluntad,  sino por causa del que la sujetó en esperanza;
  porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción,  a la libertad gloriosa de los hijos de Dios.
  Porque sabemos que toda la creación gime a una,  y a una está con dolores de parto hasta ahora;
  y no sólo ella,  sino que también nosotros mismos,  que tenemos las primicias del Espíritu,  nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos,  esperando la adopción,  la redención de nuestro cuerpo.

 


                              Evangelio- San Lucas, 5. 1-11


.
En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la
Palabra de Dios, y él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret.
Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y
estaban limpiando las redes.
Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un
poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca.
Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes".
Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado
nada, pero si tú lo dices, echaré las redes".
Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de
romperse.
Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a
ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían.
Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí,
Señor, porque soy un pecador".
El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de
peces que habían recogido;
y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de
Simón. Pero Jesús dijo a Simón: "No temas, de ahora en adelante serás pescador
de hombres".
Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.
  





  El comentario del Evangelio por

Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897), carmelita descalza, doctora de la Iglesia


Manuscrito autobiográfico A, 45 v°-46 v°
 
«No temas, desde ahora estos son los valientes que escoges»
Aquella noche de luz (de Navidad, a los catorce años) comenzó el tercer
período de mi vida, el más hermoso de todos, el más lleno de gracias del cielo...
Yo podía decirle, igual que los apóstoles: «Señor, me he pasado la noche
bregando, y no he cogido nada». Y más misericordioso todavía conmigo que con los
apóstoles, Jesús mismo cogió la red, la echó y la sacó repleta de peces... Hizo de
mí un pescador de almas, y sentí un gran deseo de trabajar por la conversión de los
pecadores, deseo que no había sentido antes con tanta intensidad... 
También resonaba continuamente en mi corazón el grito de Jesús en la cruz:
«¡Tengo sed!» ( Jn 19, 28). Estas palabras encendían en mí un ardor desconocido y
muy vivo... Quería dar de beber a mi Amado, y yo misma me sentía devorada por
la sed de almas...
 
 
Y para avivar mi celo, Dios me mostró que mis deseos eran de su agrado. 

Oí hablar de un gran criminal que acababa de ser condenado a muerte por
unos crímenes horribles. Todo hacía pensar que moriría impenitente. En el fondo de
mi corazón yo tenía la plena seguridad de que nuestros deseos serían escuchados.
Pero para animarme a seguir rezando por los pecadores, le dije a Dios que estaba
completamente segura de que perdonaría al pobre infeliz de Pranzini, y que lo
creería aunque no se confesase ni diese muestra alguna de arrepentimiento, tanta
confianza tenía en la misericordia infinita de Jesús; pero que, simplemente para mi
consuelo, le pedía tan sólo «una señal» de arrepentimiento...Mi oración fue
escuchada al pie de la letra... 
 A partir de esta gracia sin igual, mi deseo de salvar almas fue creciendo día
en día. Me parecía oír a Jesús decirme como a la Samaritana: «¡Dame de beber!»
(Jn 4,7) Era un verdadero intercambio de amor: yo daba a las almas la sangre de
Jesús, y a Jesús le ofrecía esas mismas almas refrescadas por su rocío divino. Así
me parecía que aplacaba su sed. Y cuanto más le deba de beber, más crecía la sed
de mi pobre alma, y esta sed ardiente que él me daba era la bebida más deliciosa
de su amor... 
 

 

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